Ruth habla por teléfono con Almendra. Mientras tanto, siente ganas de golpearla en la cara. Almendra no reacciona: intenta satisfacer a los demás pero en realidad debiera olvidarlos para ocuparse de mejorar. Mientras hablan Ruth se mira en un espejo. Se ve reflejada en el vidrio esmerilado mental que debiera contornearla con precisión.
Un escalofrío la recorre entera cuando se da cuenta de que no hay nadie del otro lado de la línea. Ella misma monologa con los defectos que les ve a los demás para distraerse con el teléfono y evitar hacerse cargo del destructor diálogo interno. Algo tiene que hacer. Pronuncia en voz alta palabras sinceras, cual loca pensando con los labios:
-Renuncio al miedo. A los dolores del cuerpo con todas sus consecuencias. Renuncio a los pensamientos que no llevan a ninguna parte; a la nube de pasados fantasiosos y solitarios. Renuncio a la mala onda que devuelve con karma la energía negativa; a malgastar el tiempo quejándome de realidades inevitables. Renuncio a quedarme de brazos cruzados mientras las lágrimas ahogan a los que van conmigo; a las ganas de irme corriendo. Renuncio a los fantasmas para que ellos sean quienes se me entregan, a las peleas en vano. Renuncio al ombligo y el tercer ojo siempre abierto.
Termina complacida y se va a dormir. En el mismo momento a varios kilómetros de distancia Almendra está acostada en su cama. Vive una secuencia similar, a otra escala. Piensa que tiene ganas de cambiar el presente. Descubre una respuesta en su interior que nunca se hubiera imaginado poder hallar. Se siente segura. Guarda mucha fuerza debajo de sus guantes. Mucho de ese líquido chocolatoso circulando por todo el cuerpo, y dicen que la sangre es amor.
Lo que no saben ellas es que hace poco comenzó el nuevo año. En el calendario Maya.
Lo que no saben ellas es que hace poco comenzó el nuevo año. En el calendario Maya.
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