JOB, el primo de Ruth
Ruth se despierta. Ha sido un larga semana, punto cúlmine del producto en el que se ha convertido. Se siente bien el presente, lleno de nada. Repleto de fuerzas para ayudar a quienes de verdad lo necesitan. Afortunadamente, para las secuencias insostenibles del día a día están los cercanos al corazón. Germán también disfruta de las largas charlas por celular. Catarsis. Clare cada tanto le da un fuerte abrazo, aunque no tenga tiempo –ganas- de mirarla a los ojos más de dos segundos.
Sale a comprar jugo Baggio de naranja. Se cruza con Almendra quien anda un poco perdida. Le pide que le cuente una historia. Ruth le explica que ha estado ocupándose de su primo. Job no tiene ganas de vivir porque sufre de una extraña enfermedad, no tiene reflejo en el espejo. Tampoco disfruta la comida para morirse de a poco.
Ruth lo acompaña durante los almuerzos para que mastique alguno que otro pedazo de tarta. Job sonríe eufóricamente todo el tiempo. Job trabaja y es responsable; tiene dos hijos durante los fines de semana. Pero vive solo y a veces la ausencia de amor tangible desmenuza su corazón. Entonces, se encierra en una habitación y pinta en las paredes cualquier tipo de música; para revolcarse después en lo que nació de sus manos. El arte poco a poco se volvió su cable a tierra. Valía la pena vivir por eso, herramienta de liberación de toda alma con penas.
Almendra escucha la historia. Comparte en cierto sentido la idea de mantenerse con vida. Pero no entiende a Job, Almendra no es muy inteligente que digamos. Ni qué hablar de empatía, una palabra que no existe en su diccionario. Ruth se enoja con ella otra vez. La relación es más odio que amor. Se saludan, Almendra vuelve a casa y Ruth se para sobre una nube.
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