Paulo el día del padre

Son las tres de la tarde y es día del padre. Paulo termina de almorzar en la casa de tía Sandra, una secuencia tan bella como la música de Beirut tocando de fondo. Inevitablemente, el día iba a ser triste. Hacían pocas semanas que había superado la rutina de comprobar cada noche que su padre había muerto. Un gran avance mental y una gran pena para el corazón. También, había retomado su tarea de escritor, pero esta vez sería una secreta pulsión de arte.

Después de los ravioles con tuco Paulo decide ir al cementerio. Se viste con ropa cómoda y mira el horario del 15 que pasa dos veces al día por la calle terrada. Tía Sandra tiene que cuidar a los chicos, por eso no lo puede acompañar.

A las tres menos cuarto se sube al micro, con la mente un poco nublada de recuerdos. Antes había temido la posibilidad de la muerte de su padre y aprovechado para mirar al viejo a los ojos. Afortunadamente, el cuerpo reconoce la pérdida cuando entiende que la atemporalidad de aquellos instantes llenos de amor es imperecedera.

Saca un papel de su bolso y escribe unas palabras, como una segunda despedida leída en silencio. Baja y muchas otras familias con flores y niños en los brazos caminan hacia la puerta. Un atolladero de autos le hace de bienvenida, después está el frente y detrás el pasto que se desparrama por la gran extensión de tierra en dónde están las lápidas.

Una fuente frente a una iglesia, lo primero que se aparece a los visitantes. Paulo no es creyente, nunca lo fue, pero movido por las lágrimas que marcan surcos en su cara y la soledad de un hijo ya huérfano se asoma a la puerta. Un cura predica, lo escucha, total no hay nada más que pueda hacer. En pocos minutos su paz se trastorna. Si hubiesen algunas palabras que en ese momento le diría su padre difunto, serían justamente las que pronunciaba el hombre disfrazado de blanco:

-          - Vos sos el perfecto narrador de tu vida. Podés usar palabras hermosas para decir lo que te está pasando, pero al momento de tomar las decisiones nunca elegís la indicada.

Graba este dictado en su mente y sale. Respira profundamente para sentarse en el borde de la fuente y ver pasar a los demás. Paulo entiende que en los cementerios podemos nutrirnos de la tranquilidad de la vida, de la burbuja resistente que son los recuerdos, de la claridad de la muerte, de las certezas del amor. Él sabe que a los cementerios van las almas en pena a encontrar una fe. Funciona porque te mantiene con vida, es el puente a seguir respirando cuando todo pende de un hilo. Cuando la muerte se asoma por tu ventana y promete cumplir tus fantasías.


Paulo vuelve a salir, enciende un porro, vuelve a entrar. A esta altura, ya habla en primera persona con su padre. Intenta defender su humanidad, promete hacer lo mejor que pueda, saluda y se va a escribir su historia. 

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