Por fin llega a la última habitación del laberinto que se
esconde en la punta de su cama. Desde que cayó por el agujero a las 3am cuando
quería ir al baño hasta el momento, los obstáculos habían sido relativamente
fáciles de atravesar: caras gigantes con bocas que escupían alquitrán, lugares
que se achicaban a medida que pasaba el tiempo y oxígeno que se convertía en
ácido cuando detectaba pensamientos negativos. Pero esta vez no era tan fácil,
irónico, porque tenía que dejar que el "azahar" decidiera
su camino.
El lugar estaba vacío salvo por una mesa con dos botones
azules. Uno de ellos tenía un cero plateado impreso arriba del plástico, el
otro nada. Uno iba a autodestruirla para siempre y el otro permitía su renacimiento.
¿Cómo? Borrándole de la memoria la aventura hasta que se repitiera nuevamente.
Para el inconsciente las opciones podrían ser sinónimos, pero la diferencia era
que uno de los casos le asegura el vacío y el otro simplemente la vacía. La inocencia, posibilidad de una tercera opción, asoma a sus
deseos: volver al cuarto anterior. Pero es imposible salir con vida de ahí de
vuelta, ya lo había descubierto.
Entonces, tiene un deja vú. De esos que te
recuerdan qué hacer. De repente sintió que alguna vez ya se había visto en ese
lugar. Como si millones de veces hubiera tenido que tomar la misma
decisión. Fuera la correcta o no, sabe
perfectamente que aprieta el botón sin cero y despierta unas horas después en
casa.
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