Circularidad
Por fin llega a la última habitación del laberinto que se esconde en la punta de su cama. Desde que cayó por el agujero a las 3am cuando quería ir al baño hasta el momento, los obstáculos habían sido relativamente fáciles de atravesar: caras gigantes con bocas que escupían alquitrán, lugares que se achicaban a medida que pasaba el tiempo y oxígeno que se convertía en ácido cuando detectaba pensamientos negativos. Pero esta vez no era tan fácil, irónico, porque tenía que dejar que el "azahar" decidiera su camino.
El lugar estaba vacío salvo por una mesa con dos botones azules. Uno de ellos tenía un cero plateado impreso arriba del plástico, el otro nada. Uno iba a autodestruirla para siempre y el otro permitía su renacimiento. ¿Cómo? Borrándole de la memoria la aventura hasta que se repitiera nuevamente.
Para el inconsciente las opciones podrían ser sinónimos, pero la diferencia era que uno de los casos le asegura el vacío y el otro simplemente la vacía. La inocencia, posibilidad de una tercera opción, asoma a sus deseos: volver al cuarto anterior. Pero es imposible salir con vida de ahí de vuelta, ya lo había descubierto.
Entonces, tiene un deja vú. De esos que te recuerdan qué hacer. De repente sintió que alguna vez ya se había visto en ese lugar. Como si millones de veces hubiera tenido que tomar la misma decisión. Fuera la correcta o no, sabe perfectamente que aprieta el botón sin cero y despierta unas horas después en casa.
Podrías Aparecer Fuera
Te despertaste. En cualquier lugar. Resaca de espíritu. El ambiente vacío. Se llevaron lo que había. Mientras dormías plácidamente bajo el narcótico que prometía cerrar tus heridas ellos te quitaron todo. Bestias inmundas. Siguen ahí. Debajo de tu cama, detrás de tus párpados. En tus zapatillas. Pero no importa, porque estás despierto. Desnudo. La piel descongelada de miedos. Hace calor. Solo quedan preguntas. Flotan en el aire que te respira. Se multiplican. Cortan sus extremidades para desdoblarse.
La soledad debe ser así. Este extraño cosmos de caminos invisibles. El vaso de agua del otro lado de la habitación. Se siente bien.
Lentamente levantás el cuerpo de la cama. Caés. No sabés caminar. El olvido te tatuó los dedos. Así va a ser mejor. Desde cero. Arriba. Poco a poco, diez pasos. Bocanada de aire. Abrís la puerta. La luz realza las figuras frente a vos. Hablan. Sus caras te miran fijamente pero vos no conocés a nadie. Alguien te llama por tu nombre. No confiás en esa extraña voz. En cualquier momento, la misma boca puede escupirte.
Tocás un botón. Se van todos. Así se siente mejor. Para salir necesitás que se callen y se vallan. Después, cuando te hayas recuperado, quizás se vuelvan a cruzar. Si te dan la espalda no sería la primera ni la última vez. Si te dan la mano les ofrecés el hombro.
Poco a poco recuperás la memoria. Aquella que es útil. Nada más. Entonces, das el paso. El cielo resplandece transparencia. Sentís como si estuvieras sumergido en una especie de gelatina inmensa. Movés los brazos. Movés las piernas. Empezás a correr descalzo. Volviste para alejarte de aquel lugar.
La leyenda de la bruja que pedía auxilio
Un cuerpo en el centro de una explanada. No tocar, dice el cartel delante de la figura desnuda. Tiembla los días de luna llena. La soledad es ese corazón acribillado. Exposición de un museo que recibe sombras que observan con cuidado la sombra. Sin acercarse. Una vez Alguien miró a los ojos del bicho. Quería reconocerlo. Quizás le escribió un poema. Pero es inútil. Ni hombre, ni mujer, no vive en esta tierra ni deja de hacerlo. La piel la olvidó en ese lugar en el que se guardan las ilusiones.
Otro alguien menos adorable aprieta un botón. Empieza la función de circo. Un extraño animal se acerca. Clava los colmillos. Desgarra. Un brazo menos. Toma distancia y arremete. Una pierna menos. Sangra escandalosamente. Como en una película de Tarantino. Se escucha el chillido perturbador de un bebé. Pulsión para salir del laberinto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario