Crustáceos
rotos,
el
alma está cansada de croar
por
los corredores de un llanto encrespado
que
pisa sobre clavos sidosos
con
saberes demás.
Cuidado
con los cables al cielo.
Ellos
se apilan,
piedras
crisálidas,
acorraladas
al costado del camino
en el
silencio del después.
Alguien
los agarró
-
hablamos de los errores -
como
si fuesen verbos:
errores
ermitaños eremitas cínicos,
lerdos
lentos aletargados enlodados
en
forma de ladrillos.
Surge
un cimiento
-
Pared puente pisada promete
abrazarnos
con fuerza-
Alguien
construye
y al
mar oprobio veneno
de
cenizas confundidas
lo
atraviesa un puente.
Junta
los dos polos
azul
grisáceos que apenas respiran
con
pulmones llenos de humo,
y
retuercen los codos de la discordia.
La
contrariedad
imprescindible, inexistente invisible
ardiente
motor de la guerra
para
justificar con la exploración del vos
el
odio al espejo.
Pero
aún sobra suelo y cielo.
Los
grises peldaños están desparramados en la cocina,
silba
la pava para el mate de menta
-
mente usted miente -
Las
grises tejas elevan la casa
que
prende en invierno la estufa
descorcha
los parlantes y enciende el vino,
de
soledades sueltas
de
ausencias serenas
que
escuchan tus susurros.
Alguien
hiló los ladrillos
relegados,
regalados por los pasados
que
saldan la deuda pendiente
porque
te deben la sangre.
Todavía
se eleva una duda
durante
los días
de
falaces estrategias
que
marean la lógica
perdida
en el zig zag.
Dónde
siento
cómo
pienso
pregunta
el constructor.
La
fuerza
embiste
su piel peligrosa,
vulnerable,
el
laberinto en ocho
de
piedras melancólicas.
Alguien
cubre
las
paredes del pozo
para
hacer una pileta.
Acuesta
la espalda en el piso del sol.
Los
errores son oasis años después,
y sino
que hagan metamorfosis
las
manos de Alguien
uñas
cuchillas gillete afiladísimas casi invisibles
sentado
sobre el hormiguero.
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