Destiempo


El cuerpo en concreto desuso,
cofradía de debilidades.

El desconocer el diagnóstico
en el cementerio del autoestima.

Todo metido en la licuadora mental,
por carecer de la habilidad de amortiguar los sablazos
que provocan las voces ajenas.

El rival del diafragma enroscado en el vacío
es ese porqué perdido en los subsuelos del inconsciente.

Una sentencia reveló a la muñeca herida
que cada año el dolor crece como un huracán
y la secuencia para aprender el saber perdido
es más difícil.

-                                  Acepto el desafío.

Solapar las lágrimas con carcajadas
es una tarea fácil cuando la que responde es mi piel:

Noches de inyecciones,
enfermedades extrañas,
sarpullidos,
qué tengo que todos me miran,
heridas provocadas por caídas,
los pulmones en el subsuelo,
la espalda arde,
y siempre un ramillete de moretones,
pastillas,
jarabes,
análisis dos veces a la semana:
el placer de que te saque sangre
un cínico cirujano sonriente
que repite siempre el mismo discurso:

-no mires
-si miro
- ¿Vas a estudiar medicina?
-no
-podrías.

Abismos y delirios en la mente de un niño
que nunca se desmayó.

Esa duda de la inocencia emite la pregunta
    - Mamá, ¿me voy a morir antes que los demás?
    - No, vas a ser fuerte.

El silencio de saberse quebrantado por la medicina
cuando los hombres de blanco
hablan de tus órganos heridos, espejos del corazón roto,
como si fuesen números.

Recuerdo que cuando la fiebre aumentaba hasta rozar los cuarenta grados
soñaba con la escena de Dumbo:
bailan los payasos borrachos psicodélicos poseídos.
Te llevan
te arrastran
en ese hipnotismo de sarcástica oscuridad.



Algunos domingos de soledad recuerdo que me fui con ellos.






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