En los tiempos del cólera

En aquel momento el pulso
era un ruido muy leve
acariciando las venas del alma errante.
No se puede matar a la muerte.
Llegó un punto que de tanto caos
reapareció el camino
que la movía entre las fichas blancas.

Él dijo que la odiaba
cuando ella lo quería
tan simple como sentir
ganas de dar un abrazo.
Pero apenas podía deshacerse
del nudo, pésame,
apiñadas en un cúmulo de confusiones,
soledades fingidas,
y la sensación de caer y caer,
buscaba de vuelta
atarla a sus escamas.

Él jugó a mirarse en espejos
encontrándole sus defectos,
echándole en cara todo aquello
que más le iba a doler
sin piedad
sin razón
en sus ciegas ansias
de puto poder.

Él sobreinterpretó
crisis existenciales
poniéndose en primer lugar
como si fuese dueño
de sus problemas personales.

Ella aprendió
que el que vale la pena
es aquel que se esfuerza
por salirse de su egocentrismo.

El abismo por primera vez
fue tentación a las alas
que no quisieron desplegarse
en su incapacidad
de manejar
a tan escarpado
tan orgulloso
y tan sin límites pozo
egresado en el ejercicio
de hacer heridas
dónde ya las hay
y también sangran.

Ella puede mentirte
decirte la verdad
pero los ojos
llovieron por tres meses
en la necesidad de un contacto real,
y cada vez que hacía un intento
al menos de apagar la duda
su reacción le clavaba otro puñal.

Qué no te das cuenta
que ya nos lastimamos lo suficiente.

Ella es la dueña de su humanidad
viaja al viento
siempre sobre su eje
y para desdicha de algunos
se hizo fuerte
más rápido de lo que esperaba.
Siempre encuentra un amigo
a donde va,
es más una cuestión de supervivencia
que anhelos de lo que sea
que se te pase por la cabeza.

Él se disfraza de
el guasón de cualquier película
el Maldoror de poemas que no se han escrito
y Rasputín de una dinastía antigua,
condenado a sus rencores
atado a sus perfectos defectos
a seguir encontrando vasos vacíos,
recibiendo más de lo que da
y quejándose de los límites ajenos
porque así disfruta de su vida.



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