Una enfermedad entre los despojos
es la herida en la mirada. Varios vacíos apilados. Una necesidad de tomar
pastillas para no armar guerras en todas las esquinas. Miedos sepultados en el
fondo de la consciencia cuando solo quedan insignias de lucha y tantos amores
como la insondable estadística invertida de las nubladas alegrías pasadas. Impotencia
de no poder aprovechar la abundancia. Lo mismo de siempre, acosos de los espejos y cicatrices
hasta en los labios. Niños que lloran. Niños que, en realidad, ríen dos veces.
En los tiempos de depresiones
ciclotímicas los hombres son estúpidos. Autistas, bipolares esquizofrénicos y travestidos de si mismos, depende
la historia que cuenten. Las voces ajenas se vuelven una paranoia permanente de la que cualquiera
puede aprovecharse.
Los días pueden pesar y posar partículas preciosas en países
paralelos. Pero podría consumirme y seguir sin poder palpar. Apreciar la tarea de alguien que se comprometa con contarte la realidad cada día en tu incapacidad de decir con la voz interior lo que estás entendiendo. Poco puedo saber de
tanto espectro carcomido por los errores, putas inseguridades que pían para
parecer canciones.
No sabría si pedir perdón masivo a cada célula ajena a estas cuatro paredes, si comprender
simplemente que este estado es temporal y que poco a poco el agua pasa para que los
altares que les hacés a tus problemas desaparezcan, o si dejar de escribir (que sería como asesinarme). Esa cuestión
de ya haber elegido los enamoramientos perpetuos con suicidios. Y saber
que aprendimos a volar demás, que podemos demás y no controlamos los limites. Mientras tanto, ellos envejecen y vos
les das un abrazo pero a veces la cabeza no se calla y el mismo personaje que
vuela se desespera por eso mismo, no poder volver a tierra.
Sus manos ya no piden ayuda porque la encontraron en casa.
Los ojos solo lloran en silencio porque las madres se entristecen cuando se apaga una estrella. La
herida es un pedido al vacío del anhelo de su ausencia, sino sigo mancillando la carne de mis piernas hasta hacerlas ingrediente
para una hamburguesa que voy a comer por gula -cuando fui vegetariana por años- Contradiccione,s contraindicaciones. Ese defecto
que es construir una ciudad y un abismo para que no te lastimen de vuelta cruza tus piernas. A veces. sentís que estás
haciendo las cosas bien, y cuando te tropezás con una piedra mientras cruzás la calle te
dan ganas de mandar todo a la pileta, tirarte sumergida en la propia basura y
que el tiempo pase y pase. Pero sabés que así vas a pudrirte que el día que veas tu reflejo en el agua vas a agarrar un arma y
odiarte en tu incapacidad de disparar.
Que sea la felicidad mi máscara hasta destrozarme por dentro, dijo alguna vez un personaje que todavía
no entendía, como dice Cortázar “que sólo en la aritmética el dos nace del uno
más el uno.” Tampoco las noches son la cuna cuando solo hay sustancias y
demasiada música y la amistad se escurrió por la rendija. La dificultad de tener cariño a la propia consciencia que hace que entiendas las verdades antes de tiempo. Huir
como una pantera para crecer hacia un cielo imaginario que se parece al útero. Descubrir
que la huida era la decisión de empezar a girar sobre el propio eje. Conocer la soledad.
Entender que puede compartirse.
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