Suicidio colectivo de alter-egos


En esta época de la primavera ya nacieron muchos de los pájaros que hace un par de semanas seguían en sus huevos. Entonces, si sos observador notás que está lleno de pequeñas alas que emiten ruidos tenues en la ciudad. Quizás era una de las excusas que pusieron para juntarse finalmente. Aunque para la lógica la relación no tenga sentido.

 Ruth, Almendra, Clare, Aixa y Pai andaban con un pequeño problema de personalidades. Cada una podía distinguirse en sí misma, pero la quintaesencia de todas era igual. No era fácil seguir sosteniendo cada día los pies sobre la tierra con la clara convicción de que el “yo” se había dividido en como mínimo 5 partes que compartían poco y nada en sus ideales de vida. Por eso, cuando una se veía en la necesidad de tomar una decisión, no solo tardaba como mínimo el quíntuple del tiempo estimado, sino que nunca terminaba de sentirse conforme con lo elegido. Al principio era casi imposible de distinguir la insatisfacción que producía este inconciliable vacío, pero después se somatizó hasta el punto de hacerse un dolor desgarrador en la espalda.

Se habían conocido en un viaje bastante bizarro hacía poco más de un año. En la mitad de la travesía algo raro pasó y a la vuelta, inexplicablemente, eran todas diferentes vetas de una misma persona. En realidad, lo que sucedió fue que las abducieron los extraterrestres. Metieron sus cerebros en una pileta enorme llena del mismo líquido que después les inyectaron por intravenosa. Obviamente, gracias la tecnología Alien, solo les quedó una microscópica cicatriz en la nunca de lo sucedido. 

Dijeron de verse en la casa de Ruth. Ella dispuso las sillas en círculo y las esperó con ansias en la tarde de un día viernes. La primera en llegar fue Almendra. Tenía puesto un vestido liviano de color lila y llevaba el pelo suelto. Como siempre, la envolvía ese aura soñadora que parecía hacer volar las mariposas a su alrededor.

Después, llegó Aixa. La trajo un amigo en auto. Tenía una reacción alérgica en la piel, por eso estaba toda untada con una crema medio rosada. Llevaba puesto un short de Jean que dejaba ver un par de moretones en las piernas. Arriba, una remera liviana con una luna enorme en el centro que ella pintó.

Las tres empezaron a hablar. Se notaba que estaban un poco nerviosas. Ruth salió a comprar cerveza.

Pai apareció unos minutos más tarde. Venía de caminar en el parque y se había quemado los pómulos. En la mochila traía un jugo Baggio de naranja, un libro de Girondo y el cargador del celular.

Como siempre, Clare llegó al final. Pálida, con olor a cigarrillo, vestida de negro y con la mirada hacia abajo. Acababa de tatuarse en las costillas una trinacría. Apenas entró en la habitación saludó con un gesto y se sentó en el lugar más apartado.

Ruth sirvió cerveza en un par de vasos que guardaba en el freezer y se miraron entre todas. La melancolía es una hermosa canción cuando se canta en silencio.

-         Bueno, tenemos que hacer algo, dice Almendra
-         Sí, sino me muero de asfixia, respondió Clare.
-         Me parece bien, comentó Pai
-         A mi se me ocurrió una idea… contó Aixa, pero no va a ser muy fácil.
-         Decila, se entusiasma Ruth.
-         Bueno, sería más o menos así. Le decimos a Paulo y Germán que vamos a hacer una fiesta. Preparamos comida, tragos y música que valga la pena, quizás hasta podemos ver una película… Después, cuando ya sea la mañana y los chicos se vallan, nos encerramos en la cocina y prendemos el gas…


Fue una larga noche. La pasaron mejor de lo que esperaban. La piel que habito de Almodóvar era, indudablemente, una última buena elección. Aparte, no faltó ni el mojito ni el Mariposa que llevó Clare. Ruth se animó a ser la encargada de mover la perilla del gas. Lentamente, los ojos de las chicas se iban cerrando. La atmósfera densa recordaba un anhelo de oxígeno que quizás todas hayan sentido en algún momento pasado. Las piernas perdían fuerza, los brazos caían suspendidos por el peso de la carne. Cada una entendía la necesidad de irse para existir por primera vez.

Al día siguiente, en las noticias, apareció el extraño caso del suicidio en masa de las cinco chabonas. Insólito, porque una de ellas sobrevivió pero fue imposible distinguir cuál de todas. ¿Por qué? era una mezcla perfecta de las características de cada una. Cuando le preguntaron su nombre, dijo Aixa.



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