La cosa

En la ciudad sombría de Suicis, llena de esquinas oscuras y pasos en reversa, está escondido un ser desagradable. El extraño redondel óseo se alimenta de los pensamientos negativos de las personas para seguir con vida.

Lamentablemente los habitantes del lugar engendran pesimismo en cantidades asombrosas y día a día su contextura aumenta horrorosamente. Los policías del lugar intentaron terminar con existencia. Extraño adefesio. Cada vez que están a punto de tenerlo en sus manos, cada vez que casi pueden agarrarlo para llevarlo a una incineradora y darle fin a sus calumnias se escapa de alguna manera.

El objeto, si es que es un objeto, la cosa, si es que es una cosa, el animal, si es que es un animal, el ser, si es que es un ser, vive escondido en el basural de la calle Omarc. Los vecinos cuentan que lo escuchan respirar durante el dia, enterrado debajo de una gran pila de mugre que se levanta y baja, se levanta y baja, en un extraño latir baboso. También dicen en el barrio que un extraño gemido brota de las profundidades de su anatomía, como un lamento en el idioma de la bestia.

La señora Marta Plas da el testimonio de haberse enfrentado a él, parece que  salía a tender la ropa después de discutir con su marido, pensaba que su vida era una miseria y se arrepentía de las decisiones que había tomado. Entonces apareció. Hambriento, el monstruo se presentó a su jardín arrastrando como una enorme babosa pedazos de bancos rotos, cartón, frutas podridas y distintos desechos. Marta aterrorizada quiso huir, pero los pies se le habían quedado duros frente a él. Entonces, empezó ese sonido, primero muy agudo, casi un chirrido, después se iba deformando hasta volverse un grito acuoso para finalmente terminar en un eructo.

Para “la cosa” ese había sido su almuerzo. La señora Marta estuvo dos semanas en el hospital después del episodio, y durante toda su vida siguió contando el testimonio desagradable.

En fin, era difícil solucionar el problema. Desde el gobierno lanzaron campañas pro optimismo. Se multiplicaron los carteles de “sonria” y se borró “lo estamos filmando” para evitar la paranoia. En la tele pasaban videos con canciones optimistas, casi de auto-ayuda, pero eso habría sido demasiado vulgar. También llamaron a artistas callejeros a que hicieran espectáculos de clown y podías cruzarte con una pequeña coreografía en cualquier momento del día. Pero el problema era de fondo, tampoco ayudaban demasiado los subsidios en chocolate y el apoyo económico para la compra de paquetes de viaje. La gente realmente estaba cansada, cansada de ser ellos mismos, de tener siempre los mismos problemas, de tener que controlar constantemente sus impulsos para no volver a equivocarse de la misma manera. Y todo esto, cada minúscula negatividad cotidiana le daba otra razón a “la cosa” para quedarse.

Pero un día se encendió una luz en la casa de la señora Mals. Una pequeña chispa de esperanza. Los vecinos la fueron a visitar para ver cómo era. Acercaban sus manos para calentarlas como si fuese un fuego. Mals había cultivado con mucho esfuerzo el fragmento de hogar. Primero se había propuesto deshacerse de sus tristezas y poco a poco fue limpiando su cabeza de pensamientos molestos. No fue nada fácil. Se apilaban en su espalda un cúmulo de decepciones pero ella sabía que un día el esfuerzo daría sus frutos. Y cuando iban a visitar la luz, se hacía más grande, y ayudaba a los vecinos a que cambiaran su manera de pensar. Incluso se empezó a correr el rumor de que “la cosa” ya no tenía tanto alimento como antes, se estaba debilitando.

Finalmente terminaron enfrentándose. La babosa gigante abrió un orificio en su cuerpo para succionar a la luz, pero no fue suficiente. Entonces la luz se potenció, se hizo fuego y desintegró a “la cosa”. Nunca más volvió a molestarlos porque la gente había aprendido a brillar. 

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