Solo en una
habitación estaba el cuerpo de una mujer tendido boca abajo. La puerta de
salida cerrada con llave. Las ventanas clausuradas con maderas. El cuerpo no
sangraba pero un halo se desprendía de su rigidez. Algo iba perdiéndose poco a
poco como una gotera en el caño del lavamanos.
Nadie pasaba a aquel lugar, quizás sería
humillante para la misma mujer que vieran el espectáculo de su cuerpo tendido.
Bastaba con desemparchar las ventanas para devolverlo a la vida. Bastaba
simplemente con que ella hiciera un esfuerzo cinco veces más grande del posible
para terminar con aquella pesadilla.
Un hombre de
negro le había inyectado en las venas el veneno de una serpiente agonizante.
Una sombra se llevó lo que quedaba de brillo en sus ojos y casi perdió la movilidad
de sus piernas, y casi perdió sus oídos y quién querría ayudar a alguien en ese
estado.
Ella, dentro
de sí, soñaba extensas praderas de nubes en donde la liviandad de su cuerpo era
la música que la desplazaba de aca para allá como en un sueño infinito. Ella
cultivaba sonrisas para devolver a cambio de los golpes que seguramente iba a
recibir. Ella seguía creyendo en el amor y lo veía recorrer la vereda de
enfrente vestida con un liviano traje azul. Así, tendida en el piso de la
habitación. Pero un día
el tornillo de la ventana estaba flojo. Y alguien del otro lado desenroscó el
objeto. Por una mínima abertura se filtraba un halo de luz, muy leve, pero
suficiente. Ella empezó a pensar en el movimiento. Ella tuvo las fuerzas para
desadormecer un dedo del pie, y después otro, y después ya llegaba hasta el
tobillo. Entonces corrió viento y se aflojó otro de los tornillos y las maderas
quedaron más suelas y cada vez se filtraba un halo de luz más grande.
Alguien que
pasaba decidió entrar a la habitación, por pura curiosidad. Cuando quitó las
maderas de las ventanas descubrió que las paredes eran azules y puntitos de
colores también se dibujaban en el zócalo. Encendió música y empezaron a bailar
las manos de ella, casi levantada.
Alguien la
tomó fuertemente y le dio un abrazo desde el corazón que revivió sus células
dormidas. Salieron de ese lugar. El hombre de negro era solo un payaso a la luz
del día.
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