Capítulo I


Hay poco tráfico en la ciudad 
pero Paulo, Job y Aixa 
van en uno de los escasos
 vehículos motorizados 
que se desplazan sobre la avenida.
Se mueven como cajas de zapatos
con ruedas y chapas inestables. 
Hay varios más arriba del auto. 
Joaquín que maneja, Eusebio y Renzo. 
Desparramados entre el acompañante 
y el asiento de atrásapretados,
 unos arriba de los otros.
 Todos putos. Todos escuchando pop. 
Aixa también.

Casi chocan, 
el semáforo estaba amarillo de los dos lados,
el semáforo estaba desincronizado
 como sus corazones, 
como el día en que perdieron las ilusiones.

Se escucha PAF.
 Contra los asientos del auto,
 todos contra el vidrio de atrás, 
no pasa nada todavía.

Eusebio y Job bajan a comprarle al Rama. 
Paulo quiere pala, Renzo una gata mala.
 Pero es puto y no lo sabe. 
No sabe que quiere una gata mala. 
Pero Eusebio agarra un whiskey en damajuana,
 puchos y chicles y galletas y speed y jamón y queso y fideos  
y un riñon de repuesto del mercado negro
 que estaba publicitado en el afiche
 y justo guardaban en la heladera.

Arrancan de vuelta,
 dejan pasar a la dama que cruza la calle en pijama.
 Martín le tira un beso, 
la mina se da vuelta y le tira dos.
 Es un traba, se cae, 
volcado en una caja como las botellas. 
De vodka.

-tengo que hacer pis, dice Aixa.
Se agacha en la acequia. Está agachada a la vuelta del parque central porque justo desde la otra esquina se acercan unas pibas con bolsas de merca en las manos, no mentira, no es tan surrealista esto. Eran bolsas de ropa de marca, es temprano, no les dije. Todavía hay gente en la calle comprando ropa, poca cosa para esta ciudad tan loca.

Llegan hasta dónde se deja de ver un semáforo en cada esquina. Seguro que lejos de las calles principales. Se conocen poco entre ellos pero entran a la casa de Joaquín, que además manejaba el auto. Pregunta Aixa si alguien conoce a Joaquín y Renzo le da un beso. Una ternura, solo sin saliva y a la luz de la luna.
Entran a la casa que obviamente está hechizada. Es de los abuelos muertos pero entre ellos vivos se cargan más gualichos que los cadáveres del cementerio indio que tienen enterrados en el patio. Más atrás hay un consultorio de médico. Obviamente todos se mueven hasta ese lugar. En el centro, la camilla de operaciones de cuerina celeste y forrada con ese nailon blanco grueso que nadie entiende. El mismo que le ponen a los manteles para que no se arruinen. Lo berreta no dura mucho aunque lo forres con oro. Debería ser un dicho como el de la mona de seda.
Eusebio se sube al asiento y se acuesta con los ojos cerrados.
-          Yo puedo auscultarte, le dice Renzo al oído y se pasa la lengua por los labios suavemente como una gota de agua en las tetas de la mina más rica, de esas de centroamérica. Está de puta. Claramente es la gata mala que está buscando.
Agarra la túnica que está colgada en el perchero y acerca el oído al pecho de Eusebio. Unos segundos se detiene a sentir la respiración entrecortada del otro puto. Se nota que tiene frío, que tiene miedo.

-          ¿Qué te pasa amigo? ¿Estás nervioso?

Eusebio le sonríe y acerca la punta de su mano a la cadera de Renzo, pero él no lo percibe. Le acaricia el pelo y se queda unos segundos mirando el rostro del pibe. Eusebio, estás perdido, no podés besar al enemigo.
Mejor nos retrotraemos al pasado. Eusebio vivía en el Pablo VI, cerca del barrio de la Gloria. Tenía un amigo de la secundaria, Matías, eran muy cercanos. Matías siempre se quedaba a dormir en su casa. Miraban chiquititas. Intercambiaban ropa. Deportiva, claro. Eusebio tocaba la guitarra y su amigo cantaba. Un día se animó y se compró una guitarra. Eusebio le enseñó. Ahora Matías estudia música. Eran viejos tiempos, tiempos de equilibristas.
El amigo de Eusebio era flogger. Usaba chupin, por eso lo trataban de puto. Solo por eso, claramente. Un día fumaron un cigarrillo entre los dos. Fue un momento intenso. No por el sabor, obvio, era desagradable. Pero la adrenalina, eso Eusebio, no te lo quita nadie. Les brillaban los ojos por la picardía. Sus padres siempre los habían controlado mucho…
Esa misma noche, embargados por la euforia de la liberación, algo pasó. Se sintieron libres por primera vez, libres de hacer lo que ellos quisieran. Entonces se dejaron llevar. Fue igual de intenso que lo del cigarrillo. ¿Tenían cuánto? ¿Trece años? Eusebio le puso la mano en el pecho a Matías. Entrelazaron sus dedos y se quedaron dormidos así. Abrazados. Al otro día se despidieron como siempre.
Pero en colegio Matías se alejaba de Eusebio. Matías le preguntó qué pasaba y él le dijo que tenía un nuevo amigo. Renzo desde siempre ha sido la putita del barrio.
Por eso Eusebio reaccionó y cuando Renzo volvió a acercar su oreja al pecho para sentir el latir de su corazón le mordió la barbilla. Con fuerza. Renzo comenzó a sangrar el himen que nunca tuvo.
-          ¿Qué pasas acá? Grita Paulo desde el otro lado de la puerta y abre. Se encuentra a los dos personajes en posición sospechosa, uno sangra.

-          No sabía que les gustaba el sado, asquerosas.

Eusebio y Renzo se ríen y se incorporan rápidamente. De atrás viene Joaquín con una bandeja con tragos. Aixa pone “Alabama Song” de los Doors de música de fondo, todo piola pero el pop cansa cuando no estás viendo el video. Está un poco lúgubre el consultorio, como todo lo que tiene que ver con medicina, enfermedades, todos sidosos por putos, mentira, VIH tendrá tu vieja por curtirse al tipo que le viene a arreglar el baño.

 Job le pregunta a Joaquín dónde está el baño. Al fondo a la izquierda, siempre a la izquierda. Lleva un tiempo considerable con la boca cerrada. Es sospechoso. Siempre que Job se calla algo le está pasando por la cabeza. Ya quisiera uno estar tranquilo pero no es el caso de este chico, igual se queda quieto, tranquilo, con los brazos apoyados al costado del cuerpo. Retiene, retiene, retiene y va al baño porque sino explotaría de un patatús y los dejaría a todos empapados de bilis.
  
Continuará (…)

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